Ya el toro oscuro de la noche, se había echado sobre la
dehesa de un de domingo en el que dagas negras, marcaban el camino cual
luciérnagas.
Fuera era negro y oro todo, se oía el clamor de un jilguero
cantándole a la madre, a la rosa y a aquel lirio tronchado que yacía junto a su
tronco sin espinas.
Azulejos blancos y azules remataban la torre del palacio que
desprendía fuego por la puerta entreabierta.
El silencio era presente, dolía, se olía, encarnada de tules
y bordados, otra madre de rosada cara esperaba una nueva madrugada para
florecer al alba.
Desde donde nos encontrábamos, en ese mágico mundo donde
todo se intuía, nada se podía ver, oíamos, esperábamos, como enchiquerando el
amor, desenado salir a abrazar un sonido de seca voz, un ronco eco en la noche
callada, en este domingo certero de ramos.
El clamor del llamador sonó y es mas clamor si el silencio
en la plaza es pleno, seco y exultante de amor, sonó y sonó además tres veces…
Y a la tercera se asustó el propio silencio, y estremecieron
se las dagas, y la luz que nos marcaba el camino a andar, también se
estremeció, mas no se estremeció la flor, ni el lirio que la guarda, pues es
por ellos el amor, que en el silencio nos aguarda y nos invita a la oración.
Sonó de nuevo el amor que nos llamaba, prestos a esa
llamada, no tienes más deber que colocar el corazón en aquellas maderas gélidas
al principio y caldeadas ahora de oraciones, ya que veníamos de vuelta, pero
sin embargo, siempre se va de vuelta, siempre se viene de algo, ya no había
principio, pues el principio fue él, y ahora la vuelta era por ella, unidos
lirio y rosa en el abrazo más bello que se pueda imaginar.
Andando detrás del silente caminar de aquellas luces,
podíamos oler un aroma que inciensea el jardín de unas monjas que vivían en
aquel lugar, bebimos agua junto a ellas, olieron ellas la flor y llenas de
gozo, oraron a la madre traspasada de dolor y gozaron junto a ella con tal
muestra de amor.
El amor que nos llamaba, nos llevó sin darnos cuenta a bajar
por una calle donde se muele el corazón, Molineros rotulada. Fue la que
andábamos buscando toda la cuaresma, la chicotá soñada, la del rachear
constante y catecúmeno, silencio roto en alamares toreros, traspasado el dintel
de la locura, pudimos notar como mira la madre, como inerte el hijo, como rojo
el clavel, como danzarina la llama que tras la tulipa la ilumina, pudimos ver
sin ver, pudimos saber lo que es la fe, ver sin ver. ¿Era posible? Si, fue
posible, pero aquello sabíamos que tenía un fin de maderas en el suelo, una arriá certera, allá por el humilladero, y
se detuvo el tiempo, porque disminuimos el latir del corazón, porque orábamos
sin media palabras, al unísono lo sabíamos, percibimos la magia del amor que
entraba por entre el oro de su altar andante.
Y gozamos tanto el momento, que se hizo nuestro y de ella, y
de nadie más, eso creíamos, y de nadie más…
Pero tras llegar al adoquín donde el fin estaba escrito, y
tras sonar el silente metal sobre el yunque del martillo…, salimos bajo el
faldón a darnos cuenta que entre sonrisas y miradas, nuestro momento había sido
plural, aquella molienda de fe, había dejado su grano en quienes vivieron la
obra desde fuera, quiso ser tan grande la lluvia de amor, que inundó a quienes
la vieron bajar por molineros.
Y sonó de nuevo la llamada del amor, y se fue tras una cruz
mi rezo, y la seguí sin querer que el sueño me pudiera despertar.
Y subió las tablas que la habrían de llevar a su joyero, y
en mi quedó su aroma, la de la rosa y el lirio, la de sin espinas su talle, la
del abrazo amoroso, la de los siete puñales traspasándole los centros, se quedó
mi mirar en la cruz, fijé mi vista en su cuerpo, y salió de pronto a abrazarme,
salió desde sus adentros, la sonrisa de mi madre cuando en sus brazos me
duermo.
TEXTO DE JOSE CATALÁN "BOTA" MAGNIFICA PERCEPCIÓN DE ESTE MUNDO